El viejo puteador

El Viejo era un puteador nato. Impersonal e incorregible.
Nunca puteaba a nadie.
Puteaba porque sí nomás, mucho antes que Mendieta, el perro humanoide de Inodoro Pereyra dijera “que lo parió”.
Cuando lo hacía, lo que era frecuente, arqueaba sus cejas espesas y sus ojos parecían más juntos.
Su puteada no era siempre la manifestación de un enojo.
Incapaz de putear a nadie aunque estuviera enojado con ese nadie.
Escuchar sus puteadas hasta era un halago, señal de estar en confianza.
Con extraños o ante niños y damas era incapaz de emitir groserías. Se comportaba como un Duque, como suele decirse, y en ocasiones y con mínimo empeño, resultaba seductor.
Si la puteada expresaba una preocupación, lo que ocurría con frecuencia, no disimulaba su nerviosismo y complementaba sus palabrotas comiéndose apasionadamente las uñas y dejando escapar algunos resoplidos de discreta sonoridad.
De la misma forma exteriorizaba sus alegrías: -¡La puta, qué linda reunión! ¡Carajo, qué a punto sacaste el asado!
Su repertorio escatológico era muy medido. Sólo puteaba y carajeaba.
No abusaba de la palabra mierda ni hacía mención a los genitales sin distinción de sexos.
Y lo repito, sus manifestaciones verbales nunca tenían destinatarios; confiaba en que se perderían en el espacio sin agraviar a nadie.
La típica puteada por hábito y por que sí , con finalidad en sí misma.
Algo tan singular que mi memoria atesora con nostálgica y benévola dulzura.

No hay comentarios: