De Faunos y Centauros.


De Faunos y Centauros.

Vulcano colocaba herraduras al Centauro Quirón.
Los Faunos envidiosos quisieron imitarlo , pero nunca pudieron caminar cómodos . Las pezuñas no toleran el calzado equivocado .
A cada uno lo suyo , pensó Vulcano , pero era su negocio y el cliente siempre tiene razón.
_ Una coquetería mas para seducir a las Ninfas , argumentaron los Faunos .-
Cuando los clavos de las herraduras se aflojan , lo que ocurre a lo largo del caminar y trotar dejan oir campanilleos, que delatan su cercanía .
Cuando los Faunos trepaban a los árboles para espiar a las Ninfas en el manantial , resbalaban en la corteza húmeda de los troncos y ramas con sus metálicos y flojos calzados y con frecuencia se caían .
Como Quirón era médico y buen tipo, curaba sus mataduras.
La siesta es la hora preferida de los Faunos ; con el ruido de sus herraduras espantaban a las Ninfas y a todos los Duendes del bosque .
Al final , les dijo :- Olvídense de los herrajes .-
Hombre derecho el rengo Vulcano . Las herraduras se fijan a los vasos , a las pezuñas,no.
A cada uno lo suyo , sentenció Vulcano.

Don Panta

Don Panta.

Junto al fogón y en aquel lluvioso atardecer, despues de haber desensillado y largado los caballos al potrero, hablaron de bueyes perdidos.Don Panta se acordó de aquel día en que le carnearon las dos lecheras y el comisario nunca pescó a los cuatreros. El sabía que al cuatrereo se le llamaba abigeato, el término era mas fino y leguleyo, pero no podía pronunciar semejante palabra sin que se le trabara la lengua. En la zona se contaba que él siempre había sido mezquino para dar coimas, combustible imprescindible para que el comisario funcionara.
*

La lluvia persistente, corsaria,pero serena, con promesas de noche oscura era propicia para aquello de :- ¡que linda noche p’ a carnear ajeno!, aunque este refrán alude mas al accionar de un “ pata e bolsa “que arrea con vacas ajenas.Las lecheras estaban a buen recaudo y en el piquete, con Lobo y Quebracho eran dos para cuidarlas y aunque mas bochincheros que bravos alertaban con sus ladridos y el viejo que había quedado con la sangre en el ojo y las tripas revueltas por la bronca, saldría como un refusilo, escopeta en mano.La bronca no afina la puntería , pero aumenta el coraje, lo que a Don Panta no le faltaba.El mismo rencor justificaba su razonamiento filosófico elemental y primitivo que le hacía pensar y argumentar: si los mato se lo merecen, y si me matan yo pierdo menos, seguro que son menores que yo y tienen mas vida por delante pa perder. Era razón y consuelo que respaldaba su bravuconada de viejo. ¡ A mis años!.- decía y reía estúpidamente sacudiendo la cabeza y arqueando las cejas.
Se notaba la sequía en el tajamar y la laguna y el agua vendría bien; mañana el pasto luciría mas verde y si paraba al amanecer , el canto de los teros alegraría la jornada.
Cuando joven hacía mucho y pensaba poco; los años aquietaron su entusiasmo y tenía mas tiempo para pensar, producíendole una sensación engañosa que parece alargar el día y con ella, la vida.Pero era realista en su sencillez como para dejarse llevar por espejismos emocionales.El hombre simple sueña , pero no vuela.Sus alpargatas nunca se elevaron del suelo y la dura lucha lo hizo pragmàtico.- Y Don Panta siguió hablando , y como siempre, entreverando temas , sin dirigirse a nadie en particular.
-Mire , amigo, en otros tiempos ocurrían muchas cosas, y nadie le discutía en qué tiempos ni cuales eran las cosas.En realidad ocurrían en todo el mundo, pero para él , el mundo era el ambiente donde vivía.De ahí sacaba sus parámetros . En sus 60 años nunca se había alejado mas de 50 kilómetros de su habitad natural, creo tal vez ser generoso en la cifra. Sus tropeadas eran hasta La Criolla , El Redomón y Federal. Recordaba con emoción, como una gran aventura, una incursión hasta Chajarí, que por el énfasis de su narración y la reiteración de la historia tiene que haber sido el punto mas lejano de sus giras.Su mundo era ese y no imaginaba mucho mas.Apenas sabía firmar y contar, como para saber si llegaba con el mismo número de vacas con las que había salido.Las cosas le fueron de mal en peor. Perdió el campo y sus vacas y se fue a vivir a un rancho por los montes del Ayuí. Vivía de changas y arreo de ganado. El, con la ayuda de sus dos perros mantenían a raya una tropa de 20 vacas .Me gustaba cuando mi padre me mandaba verlo para encargarle alguna tropeada. Llegaba en mi alazán y lo encontraba sentado en una banqueta baja , fabricación casera, con maderas de cajón de naranjas, promocionando involuntariamente el galpón de enpaque de la zona .
Mate galleta en la mano izquierda y pava tiznada en la derecha,abollado brasero, tambien de fabricación casera , aprovechando una lata de kerosén a la que había recortado un cuadrado a guisa de ventana por la que salían ramitas de eucalipto y astillas llameantes .En la parte superior , una parrilla de alambres entrecruzadas , donde apoyaba la pava. Las hilachas de grasa , pegadas y chorreantes, delataban la función de cocina para un eventual churrasco.Nunca supe cuando Don Panta terminaba sus mateadas ; nunca vi principio ni final; él era aquel paisano que siempre estaba tomando mate. Jamás me invitó a compartir la bombilla , tal vez temiendo un rechazo; yo era el hijo del patrón y nunca me puso a prueba. Volcaba ceremoniosamente el agua tumbando la pava hasta casi tocar con el pico la boca del mate; echaba el primer chorrito, mirando atento la espuma que burbujeaba sobre la superficie de yerba .Refregaba la banqueta con el culo, buscando acomodo, imitando sin querer a una gallina clueca acomodando los huevos en su nidal , de ahí deduje la razón del brillo de su asiento pulido por el roce de su bombacha a través de los años.Movía y levantaba los hombros para ponerse mas erguido, como anunciando decir algo importante y en eso se quedaba; al final salía con cualquier pavada y remataba con un : -¡Ta güeno!.-
Han pasado tantos años que a veces me pregunto si todo aquello ocurrió o es solo fruto de mi imaginación o de un sueño entremezclado con la realidad…pero yo sé que ocurrió.
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Conocí el campo de gauchos con bombachas, ( sin vaqueros ), alpargatas Rueda o Luna , ( sin Adidas.). La alpargata “ paqueta” era la de vira blanca, para lucir en cuadreras, velorios y bailes de la cooperadora de la escuela.
Con Don Panta vi morir un gaucho, para mí: el último tropero; mas no al estilo borgeano, en entrevero y puñalada en piso de ladrillo o tierra apisonada de canchas de taba en días de “ votaciones “,gritando: -¡Viva el doctor!.-


Flaco, mezquino de estatura, nervudo y de piernas arqueadas, parecía que en un descuido le habían sacado el caballo de abajo.Hablaba medio chillando , con su acento entrerriano inconfundible , agudizando la última parte de cada frase. A ratos escupía marrón , presencia de su naco interminable y con el dorso de la mano secaba la comisura labial con saliva colgada., acomodando los ojos en actitud de seguir escuchando.Hablaba poco. Sólo el Viejo Vizcacha fue el gaucho mas hablador de la realidad y literatura gauchesca . Con mi padre hacían el trato sobre el arreo, estancia donde ir , el número de reses a tropear, la fecha y el precio del trabajo.
Recuerdo la escena tantas veces repetida de mi viejo echando mano a su billetera y dando a Don Panta un adelanto a cuenta de lo convenido, para gastos: una grapa en el boliche, naco, mortadela y queso con galleta, para “ matar el bicho”…Casi nunca se hablaba del tiempo; lloviera o no, a Don Panta parecía no interesarle . Con una ramita de paraiso , que siempre tenía a mano, le daba tímidos chirlos al cuzco lanudo y sucio que lamía mis zapatillas , esperando el momento oportuno para levantar una pata y echarme una meada. La puerta del rancho dejaba escapar el pesado aliento a humo de chicharrones , que según la hora de la visita me provocaba apetito o asco.
Fumaba en hojas de chala que preparaba pacientemente entre una tropeada y otra .Elegía las que estaban mas cerca de la mazorca por ser las mas suaves, dóciles y maleables; despues las secaba y con la misma paciencia las pulía , sacándole las nervaduras con el filo del facón. Usaba yesquero. En una bolsita de cuero, junto al tabaco , guardaba todo, entre el peyón y el cojinillo.
Un día, calculando que la tropa llegaba a las cercanías de Concordia , salimos a su encuentro. Había llovido mucho y la hacienda siempre sufre . En el Ford A llegamos hasta El Duraznal.Era la hora de la siesta y Don Panta había parado a descansar sin bajar del caballo. Trataba de prender un chala protegiendose del viento haciendo un hueco con las dos manos. Me hubiera gustado verlo un rato antes, cuando lo armaba.; la ceremonia , ya vista tantas veces, me fascinaba por su parsimonioso accionar: sacaba la hoja de chala,la extendía cuidadosamente sobre su rodilla y la planchaba con el canto de su mano, despaciosamente la doblaba formando una canaleta donde, a lo largo, echaba el tabaco con mucho cuidado, separando las hebras , como quien cuenta monedas y , tomándola con las dos manos , repetía el movimiento de contar monedas hasta convertir aquello en un perfecto cilindro; la operación terminaba con un lambetazo de extremo a extremo, plegándola como quien cierra una carta de amor.
Con Don Panta tambien ví el último chiripá . Tambien para esta ocasión, usaba un cinto ancho de cuero,todo arañado, seguro, de tantos cruces por los montes de espinillos y ñandubay de los pagos de Federal; lo sujetaba con una rastra de plata y en el medio una gran medalla con el escudo del Uruguay.Nunca supe el por qué. Tal véz era uruguayo, o a lo mejor era un regalo. Colgado de su muñeca derecha, un corto talero con bochita de plata.
Nunca le conocí mujer. A mi edad , no me parecía imprescindible esa presencia .
Se rumoreaba que la tuerta Zelaya un dìa se le apareciò en el rancho con el pretexto de anoticiarse del paradero de una ternera que se le habìa escapado y cuando ya se iba se diò vuelta y le dijo a boca de jarro: _ “Don Panta, ¿por què no nos acollaramos?; ya me cansè de andar sola, si quiere, mañana traigo mis pilchas y las dos lecheras”. Al caballo ni lo mencionò “porque ya era sabido”.
Don Panta la mirò fijo y levantò un poco la pera, seguro no hubo testigos pero era parte del comentario en el almacèn de Mario Gatti. Y como el viejo no contestaba, la tuerta lo tomò como una negativa; porque subiò al tordillo que con su tranco “pasuco” enfilò para el rancho, ahì nomàs, detràs del cerro de pedregullo.
Don Panta no era hablador y a todos les extrañò que èl mismo trajera el chisme.
_”Esa tuerta “no es de arriar”_ dijo como fin del comentario_ Y èl sabìa, como todos, que la tuerta era “machorra”, motivo para extrañarle la oferta.
Una tarde Don Panta llegó a mi casa.Había dejado la tropa en el matadero y venía a cobrar por su trabajo como era costumbre.
-¡Adelante , Don Panta!.-dijo mi padre, que lo vió llegar.- Tome asiento-
-Gracias Don Constantino, así nomás, de “parao”, por que ando medio “ apurao” .- Lo que me sonó a cuento , por que nunca lo vi “ apurao”.Tomó su paga ,se despidió y salió al trote, no sin antes recomendar a mi padre: - Saludos a la patrona.- detalle que nunca dejaba de lado.No había recorrido mas de cien metros.Se oyó un relincho y un galopar algodonoso sobre el pasto seco del verano.Ladró un perro Yo corrí hasta el portón. Su caballo pasó al galope echando espuma por la boca y arrastrando las riendas.El perro seguía ladrando a Don Panta tirado en el pasto seco. Con mi padre corrimos…su cara curtida por soles de tantas tropeadas se había vuelto gris. Sus ojos, bien abiertos, inexpresivos, mirando al sol sin parpadear, para no desperdiciar la última visión del mundo.- “ Con este sol”.- dijo Juan Moreyra , lanceado por la espalda por el Sargento Chirino.-Dos lagrimones bajaron lentos de sus ojos vidriosos y viborearon por los surcos de su cara.Hizo una mueca conteniendo un hipo… y así murió.
-¡Se le espantó el doradillo!.-dijo el peoncito de los Pietraballo que lo vió caer mientras carpía la viña.- Dio una vuelta carnero por el aire y se cayó de cabeza.-
-¡Morirse de esta manera , un hombre tan “ de a caballo””.- lamentó mi padre.

“Genio y figura hasta la sepultura”

“ Genio y figura hasta la sepultura”.

Moría la tarde y la regadora municipal pasaba por Pellegrini bañando el ripio recalentado por el sol de aquella tarde de diciembre que anticipaba un verano infernal. El ruido de mezclar fichas de dominó salía por la puerta del hotel Buenos Aires y la estampa del abuelo Alejandro , con su cabeza blanca , erguida y hasta insolente, con su corte Humberto Primo, se destacaba entre sus compañeros de mesa, que parecían estar a nivel inferior , (inferior a que?-no se,pero así lo veía yo desde la calle por la que pasaba tantas veces.
Cuentan los testigos que antes de empezar el juego entró una chica “bien dotada”llevando en su mano un sifón vacío.La hora de la cena se venía y faltaba soda.Y el abuelo no aguantó, -“genio y figura hasta la sepultura”,-ahí nomás, lanzó un piropo de zarzuela que la chica agradeció con benevolente sonrisa; pero un “muchacho” que en el mostrador apuraba una cerveza, largó al aire un decir aludiendo al cacareo del gallo viejo que queriendo pelear, ya no le quedan espuelas.
El viejo tomó al vuelo lo que creyó una ofensa, y no se quedó callado, y haciendo gala de su vena poética contestó con una sutil pero procaz “ seguidilla”.Seguro que el otro no entendió su contenido, pero sí la intención y acierto de la respuesta a juzgar por la carcajada general y al quedar sin argumentos decidió terminar con aquella esgrima verbal, largándole al viejo una soberbia puteada y como era de esperar se levantó con rapidez inusitada para sus años, tomó el bastón colgado en el respaldo de su silla y le abrió la ceja de un bastonazo.
Entre los de la partida de dominó, había un oficial de policía, viejo parroquiano, habitué al bar,pero ni él ni Don Angel García que intervino presuroso, saliendo por detrás del mostrador, pudieron evitar que el herido con las cejas sangrantes, dejara de exigir al policía que detuviera al agresor, porque él se iba a la Jefatura a hacer la denuncia.Y en caravana: el policía, el abuelo y sus amigos de juego, hacían las cuatro cuadras hasta la Policía. Don Angel García telefoneba a mis tíos para contar lo ocurrido.
El abuelo dió el bastonazo lavando su honor, pero le costó una rodada por el piso de madera del bar y por un par de semanas mostró sus cascarones en la cara.
Entre cargos y otros trámites, lo tuvieron dos horas sentado a pocos metros del denunciante con el parche de la herida. El policía amigo, sujetaba al tío Alberto , tan “leche hervida” como el abuelo para que no concretara su intención de romper la cara del agresor de su padre.
Una hazaña más, en la gesta del abuelo que ya tenía setenta años.
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Las hermanas Capeletti

Las hermanas Capeletti; mujeres de buena pasta

Las tres Marías en el firmamento nostálgico, que mi memoria guarda. María Celestina, la mayor , María Celia y María Marcelina; ciega desde hacía muchos años, comentaba mi madre. Para mí, era la figura misteriosa, delgada y alta, de cabello negro y lacio que parecía llegar hasta la cintura, vestida de negro y siempre dejándose ver en la penumbra. Nunca la ví, fuera de este escenario, estaba ahí, sabíamos de su existencia, pero no asomaba para saludar, o manifestar gesto de relación. La veía pasar fugazmente, a través de puertas entornadas, que daban al patio de la casa, donde yo esperaba a mi madre, mientras María Celia, en su papel de modista tomaba medidas y anotaba en un cuaderno de tapas de hule negro, planeando el próximo vestido. La miraba horrorizado ; verla con el metro amarillo colgado del cuello como una corbata sin anudar y alfileres que asomaban entre sus dientes y sus labios. Mi madre hacía de vez en cuando algún comentario ;yo rogaba para que María Celia no contestara, no quería verla tragarse un alfiler. En mi espera las escuchaba hablar de pespuntes , dobladillos , hilván o ruedos y nombres de telas que me resultaban cómicos; como interloc, matelassé, cretona , viyela , organdí y tobralco.

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Vivíamos en la Sección “Quintas”, a 15 kilómetros “ del pueblo” y en mi carácter de chofer lo hacía según las circunstancias en sulky , volanta o en el Playmout azul, “ cerrado “, de dos puertas que la mitad de las veces no arrancaba y debía darle con la manija.Entre las varas del sulky ataba una eficaz yegua tordilla , veloz en su trote parejo , siempre con la cabeza levantada y las orejas apuntando hacia delante , como diciendo : - ¡allá vamos!.- parecía hacerlo sin el menor esfuerzo ; no necesitaba el estímulo del látigo , sólo cortos tirones de las riendas y la tordilla entendía el mensaje.
María Celia era excelente modista , aseguraba mi madre y lo confirmaban familiares y amigas que ponderaban la perfección y prolijidad de la obra terminada.

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Treinta años despues aquel “ gurí “ se hizo médico cirujano y un día aquella vieja modista y amiga aparece en el consultorio.
-¡Hay , Oscarcito ¡.- por vergüenza no lo vine a ver antes.- y descubriendo su seno izquierdo deja ver un tumor de avanzada evolución .
Después de la operación no quiso saber de quimio ni radioterapia.
- Ud. hizo lo suyo , lo demás lo dejo en manos de Dios.-
Conociendo su fervor religioso, semejante asociación era el mejor halago que a mi ego no le era indiferente . Vivió 15 años más muriendo a causa de una afección cardíaca.

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Católicas al máximo , cualquier frase dicha por María Celestina o María Celia incluía el nombre de Dios y la Virgen ,además del “ si Dios quiere “, que ya era parte de la frase misma , si en esa frase había una intención de deseos.

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Nunca se casaron ni supieron de noviazgos , a pesar de ser todo bondad y dulzura , con rostros agradables , aunque no falto de cierta dureza y tosquedad de rasgos desmentidos por sus méritos espirituales. Agradaban con su trato. Dejo de lado en mis descripciones a María Marcela , ajena a toda comunicación que no fuera su cerrado círculo familiar.
En un Chevrolet Champion 29 , color celeste al volante , como haciendo juego con su nombre , solían hacer periódicas visitas , siguiendo costumbres de la época , a las hermanas de mi padre cuya casa lindaba con la nuestra y a estas reuniones se sumaba mi madre .Despues de la visita y ya de vuelta a casa nos recriminaba por habernos visto y oído con gestos y risitas burlonas escuchando el tono extremadamente meloso y afectado de las hermanas Capeletti. Al hablar eran un calco una de otra . Estiraban las frases estirando las palabras y llenaba de signos de admiración toda la conversasión.
-Oh, no me diga ¡.- ¡Pero que barbaridad ¡.- ¡ Dios me libre y guarde ¡.- ¡ Quién lo hubiera dicho ¡.-
Mis tías opinaban , a veces , mas que opinión eran sentencias, que María Celestina era una mujer “ liberal “, acepción literal de la época que tenía amplio y variado significado . Manejaba su auto y por sus condiciones de carácter era evidente su lirderazgo familiar , además usaba zapatos con taco “ chino “, agregaba mi tía Carmela , condiciones suficientes para encuadrarla en esa condición.Despues mi padre le explicaba que el uso del taco “ chino “ era por razones de seguridad , ya que asentaba con mas firmeza su pie sobre el pedal del freno y el embrague al manejar.Mis tías se referían a ellas como “ las muchachas de Capeletti “.

Viejas Fotos


Viejas Fotos.

Viejas fotos del album familiar.
Figuras borrosas de la pequeña historia doméstica.
Cada estampa un recuerdo, una sonrisa, una lágrima.
Cosas que ya no son. Intentos de salvar lo remoto del olvido.-¿Quién se animará a destruirlos algún día?.-¿ Quién será el verdugo de aquel pasado que , por pasado se nos ocurre hermoso?.-
Hechos que marcaron tal vez la vida de un ser querido o vanalidades que ni valieron la pena retratar.
Aquellos que ya no están.
Dulces niñeces que el paso del tiempo convirtió en amarga vejez.
Arbolitos navideños de apagada estrella.
Mesas con festivos comensales , hoy lugares vacíos con figuras transmutadas en nostalgias.
Lo que fue,perdido en el misterio del tiempo.
“El tiempo es la substancia de que estoy hecho.El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy un tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente,soy Borges”.
¡Viejas fotos!.-Como las flores secas olvidadas en los libros.-¿Quién las dejó?.-¿Por donde volaba la imaginación del depositario…y los sueños de quién soñaba?.-
La del tío Aurelio, con eternos comentarios de mi madre.Para nombrarlo no decía simplemente Aurelio, sino:-el pobrecito Aurelio.- con infinita ternura.
La otra que eternizaba aquel “ paseo campestre” al Yuquerí, con sus hermanos, primos y grupo de amigos.Una de las chicas que aparece en un extremo de la foto se ahogó una hora despues de ser fotografiada.Madre aquí tambien se extendía en largos comentarios , con variaciones a través del tiempo. Amigos, tíos y parientes que no alcancé a conocer , pero de los que ella nos contaba sus vidas y a veces , su final.. Casi toda la galería fotografiada era de muertos.-¡ y yo los veía tan vivos!.-
La tía abuela Peregrina; concertista de piano, aclaraba mi madre, junto a su novio, con el que nunca se casó, pero que nunca nos contó por qué.-Quedó con el vestido de novia sobre la cama, frase hecha de la época, en esas circunstancias.
Viejas fotos,visiones de nostalgia.

La compañerita del año anterior

La compañerita del año anterior

Era la misma pero estaba distinta.
A su paso dejaba un perfume que antes no había notado, provocándome inquietante cosquilleo en todo el cuerpo. Su piel había tomado una humedad particular de poros abiertos, sus ojos brillaban más, iluminando mis mañanas escolares.
Era la misma , si, pero su presencia me ponía distinto porque yo también había cambiado.
Lucía se sentaba adelante mío ; la distancia entre nuestros bancos parecía menor que en el año anterior, o una fuerza nueva y atrayente lo hacía parecer así.
La presentía más cercana. De su cuerpo surgía un llamado hasta ahora desconocido, pero que me gustaba, mientras vislumbraba promesas para los meses venideros en el aula.
Como el año anterior traía el cabello recogido en cola de caballo, sujeto con una cinta azul.
Supe que antes no le había mirado la nuca, sin embargo recordaba su cinta azul, aunque sin darle importancia.
¡Qué blanca y lisita tenía su piel!- y la suave pelusa no sólo no la afeaba sino que resaltaba su encanto en forma increíble;hasta la tenue costra detrás de las orejas, con un halo rosado, me parecía armonioso.
Su arito de fantasía, terminaba en una campanita navideña que se balanceaba constantemente, porque Lucía no sabía estar quieta.
Mis ojos trataban de seguir sus movimientos, interrumpía inconscientemente mi respiración para no perder detalles. Un tizazo de Ferreyra me dió en la nuca y quebró el hechizo. Mi agresor me miraba con cara de “Yo no fui”, dejé la venganza para otra oportunidad. La señorita Dora andaba cerca.
La niñez se me fue yendo, pero yo seguí soñando y recordando aquella compañerita y comparándome nada menos que con Dante, -¿por qué no?- que se enamoró pérdidamente de Beatriz a los nueve años durante las fiestas de mayo.

Se vienen las langostas

Se vienen las langostas

Las periódicas plagas de langostas venidas de Africa enlutaban la monotonía de la vida rural. Por la radio y los periódicos, la gente se enteraba de su proximidad. Alguien daba la alarma. Del horizonte emergía una gran nube negra que se acercaba lenta, pero inexorablemente. Era la temida langosta . Con una caña tacuara y una lona se fabricaban banderas , tarros con piedras adentro, a modo de maracas y la gente de las quintas y viñas , grandes y chicos , corría entre los naranjos y viñedos en macabras danzas que después, con los años, recordaba, al conocer las pinturas de Bruguel como telúricos bailes macabros. Eran intentos desesperados por espantarlas, disuadirlas y hacerlas pasar de largo, tratando de evitar vanamente , que se posaran en las plantas y hacer su labor desvastadora.Ciegas y sordas, ni el flamear de las banderas ni el ruido ensordecedor de las improvisadas maracas lograban convencerlas. Cuando en la adolescencia surgió mi vocación por la Entomología , supe que los árabes , con su poética imaginación la llamaban “ nahr “, que significa fuego, incendio; que en la antigüedad sus invasiones eran consideradas azotes terribles suscitadas por la cólera de Dios para castigar los crímenes del hombre y hasta sirvió a Moisés , quien pidió al Señor que invadiera Egipto para condenar el orgullo del Faraón .
Los chacareros luchaban en forma desaforada hasta darse por vencidos viendo la impotencia y lo inútil de la desigual pelea y se resignaban a perderlo todo. Sólo quedaba prenderles velas a los santos , sin mejores resultados que los tarros y las banderas.
Triste espectáculo era ver hombres grandes , rústicos, con sus caras tostadas por el sol de incansables jornadas , llorar de pena y rabia.
Durante las horas del día, la manga de langostas revoloteaba en nube tupida , hasta tapar el sol, arrasando con todo lo verde.Al atardecer buscaban alojamiento para pasar la noche y se asentaban en las ramas de los árboles. De vez en cuando se escuchaban sus crujidos, quebradas por su peso.
Las gallinas corrían inquietas en el gallinero o en los patios cazando a picotazos las que se ponían a tiro; por puro instinto, engullendo aquel manjar nuevo e inesperado para ellas; luego ponían huevos de color amarillo muy oscuro, inocuo, pero que mucha gente tenía aprensión de comer. Los perros ladraban y corrían alborotados ante aquel fenómeno incomprensible.
Se iban las langostas dejando desolación. Curiosamente, en los campos quedaban en pié los cañaverales , que ellas desechaban . Una burla del destino. Al chacarero ya no le quedaban tomates ni arvejas para apuntalar con las cañas.
La plaga mas grande fue en el año 1947.

Alpargatas


Alpargatas.- Estampas del matadero.

Luciano vivía de changas.Era muy joven. – Dios te va a ayudar.- lo animaba su madre.Pero ahora surgía un problema a resolver sin dilaciones.
Después de todo no hace tanto frío y no es la primera vez , ni será la última que me quedo sin alpargatas. – pensó Luciano.Todavía no es tiempo de heladas, pero ya sabía que esto le iba a pasar, que le durarían poco. Hace dos meses , cuando corriendo la ternera en el corral de los Tarragona , se le hundieron en la bosta, tendría que haberlas lavado enseguida. Tenía razón Pacífico: - “Mirá que la bosta fermenta y quema”.- Tenía razón. No las lavó como le dijo y las siguió usando sucias .Primero, ya ni se notó que habían sido negras , quedaron amarillas pajizas, después se fueron rompiendo.Apareció el dedo gordo del pié derecho, después asomó el izquierdo. A los dos días, de la vira blanca no quedaba nada; hasta que por último, se le destalonaron. Cuando araba, se le quedaban en los surcos de la viña y para andar en chancletas nunca fue baquiano.Le preocupaba la falta de alpargatas decentes por que se avecinaba la fecha del baile que organizaba la cooperadora de la escuela Smaldone y si bien es cierto que él siempre atendía la cantina , y detrás del mostrador no se ven los pies , cuando la demanda de bebidas y choripanes aflojaba, se largaba a la pista de baile. Lo reclamaban a gritos las polkas, rancheras y chamamés y Luciano” se salía de la vaina “ – Pacífico oyó sus quejas y le dijo.- ¡Te avisé, mocoso cabezudo.!.-La bosta quema;¿ no viste en el verano , con la resolana , como sale el humito del corral?.-
El matadero municipal quedaba cerca .- A lo mejor mañana me hago una escapada y tenga suerte.-pensó.
Le vino la idea de golpe . Pucheta era un viejo macanudo, había sido compadre de su abuelo y todavía manejaba el hacha corta y liviana con maestría , de lo que tanto se ufanaba.Pero los años se le trepaban por el mango y ahora le parecía mas pesada. Además Pucheta vivía solo en su rancho , con poco se arreglaba. Si se la pedía por un rato no se la iba a negar. Con que le sacara los sesos a dos cabezas que le dieran le alcanzaba para un par de alpargatas nuevas. El viejo no se iba a quedar sin comer por eso.
A las dos de la tarde la matanza estaba en pleno.Puchetaagobiado por el calor , se había sentado a la sombra de un paraíso, se acomodó la ramita detrás de la oreja, que de tanto sudar se le caía .Con el dorso de la mano izquierda se secaba la frente , y con la derecha, jugaba con un palito haciendo rayitas en el suelo: Su curtida piel marrón, por momentos iba tirando a morada . No se movía una hoja y hasta la brisa parecía dormir la siesta.
-¡Deme “ la volada “, Don Pucheta, déjeme que le abra unas dos cabezas.Me gano la changa y me compro las alpargatas pa no quedarme “ en patas “ ¡. – le pidió Luciano.
El viejo lo miró.Parpadeó y sacudió la cabeza para secarse el sudor que como escarcha , prendido a las pestañas, no lo dejaba ver bien . Escupió marrón.Mascaba todo el santo día, cambiendo el naco de un lado a otro dentro de su boca sin dientes.
Tomá.- le dijo .- ya me quedan pocas cabezas para abrir.
Un peón venía de la playa de matanza con una en cada mano; bien fresquitas, recién sacadas, chorreando agua rosada , y un cortejo de moscas verdes las seguían pidiendo pista.- Aquí tiene dos más , Don Pucheta.-Pucheta lo miró. Siguío sentado, con el palito no dejó de hacer rayitas en el suelo.- Luciano le salió al cruce y agarró las dos cabezas. Queriendo demostrar seguridad y delicadeza , asentó una en el tronco de ñandubay , sobre la comba de tantos hachazos.- ¡Que no se rompa la tela!.- le gritó el viejo.
Luciano cerró un ojo y lanzó el primer hachazo. Siguieron otros. La cuña en la frente le salió pareja . Hizo palanca con el cuchillo que le alcanzó Don Pucheta , levantó la tapa y los surcos cerebrales aparecieron sin ningún rasguño. Con el hueco de la mano derecha y como quien saca los huevos de un nidal , sacó los sesos y los metió en un tarro; tapó la brecha nuevamente y puso la cabeza a la sombra de los paraísos. La otra le salió igual , con la misma perfección.- ¡ Había mirado tantas veces al viejo hacer lo mismo!.-
Enfiló para la playa y entregó los dos sesos envueltos en la tela.El matarife no se podía quejar . El se quedaba con las dos cabezas; era el pago por su trabajo , los honorarios de la operación.Se las podía llevar a su rancho para rasparle la poca carne que tapizaba el hueso despues de hervirla en un tacho o se las vendía a otros tan pobres como él.
Era la Argentina de 1935. La Argentina añorada, la del 5ª lugar en el mundo , la de Roca- Runciman; la de “ la vaca atada “.
Las alpargatas valían 15 centavos …pero había que tenerlos.

Noches rosarinas


Noches rosarinas

El petiso Samberro era Oficial Inspector de la Policía rosarina, allá por la década del 60. Acorde a mi clasificación antropológica pertenecía a la especie de “hombres cárdigan”. Cuello corto casi inexistente parecía una mamuska, infaltable souvenir que la gente trae de sus viajes, certificando su visita a Rusia. Para ver el nudo de su corbata había que esperar a que levantara la pera.
Fornido, sin ser gordo, de caminar sin apuro y mirando distraído para todos lados. De expresión casi cómica, por su bigotito sardina, subrayando la nariz.
Pelo lacio, renegrido, peinado a lo Gardel. En un permanente arquear de cejas, con ese aire entre ausente y aburrido como diciendo:”¿Qué estoy haciendo en el mundo?”
Siempre de traje gris claro, saco cruzado, demasiado largo; lo hacía aún más petiso, detalle que a Samberro, por lo visto, no le importaba.

Había pasado la línea del medio siglo sin que las arrugas se acordaran de su rostro cetrino y bien afeitado a la navaja, pelo y contrapelo.
Hablaba con un tono musical, monocorde, dando a las opiniones y juicios emitidos la sensación de estar de vuelta en el viaje por la vida.
Lo suponía un “policía de paso”, que quizás vagas circunstancias llevaron hasta este trabajo sin vocación donde se había quedado por inercia, incapaz de buscar otros caminos.
Por lo “fiaca” y poco “tira”, si por él hubiera sido, todavía nadie sabría quién mató al coronel Benigno Varela ni a Lisandro de la Torre.

Su pasión eran los burros. Eterno tema de domingo a domingo.
Vivía en un conventillo de la calle Montevideo, entre Sarmiento y Mitre, en concubinato con Rosaura, como él mismo confesaba. Sorda como una tapia, hetaira fugaz hasta su encuentro. Se conocieron en tiempos brillantes de la calle Pichincha, en aquel nostálgico Rosario de mafiosos. La “Chicago argentina”, la de Chicho Grande y Agatha Galiffi, la de quilombos de lujo como “El elegante” y el “Madame Safó”; con los polacos de la “Migdal” y la “Varsovia”.
Años en que Rosaura y Samberro se conmovieron, como todo el mundo, con el secuestro y crimen de Abel Ayerza, en 1932, que fuera la gota que colmara el vaso para decidir a jueces y policías terminar con la mafia que tanto poder tenía.

Rosaura era irremediablemente fea. Fealdad que se perdía con el trato, al entrar en su alma noble y buena.
Trataba de imaginarla en su juventud. Algún encanto habría tenido aquella fiel seguidora y compañera.
Compartían la afición por los burros desde sus inicios amorosos, y decidieron caminar juntos por la vida. Samberro, jubilado, tenía toda la semana para estudiar medulosamente “La fija”.
A Rosaura la conocí sesentona. Había sido amanuense de Domingo Gaeta, en su famosa academia de bailes. Daba clases de tango y milonga; cortes y quebradas que los rosarinos se tomaban muy en serio, en tren de vivir emulando a los porteños.
La pieza del conventillo tenía un acogedor alero de coqueta canefa con canaleta de desagüe, que en cada final de lluvias guardaba las hojas de los parrales vecinos. El petiso la limpiaba haciendo equilibrio, subido a la mesa de la cocina que sacaban al patio.
En noches de verano gustaba hacer asados en su parrilla portátil.
Mi mujer y yo éramos asiduos invitados, con el cariño de ese matrimonio “grande” que toma en adopción a la pareja joven, como añorando un pasado feliz y lejano.
Mientras el asado iba tomando color, brillo y aroma, Rosaura le entraba a dar con el Winco y dale que dale con Gardel. La culpa había sido mía, exagerando mi afición al Zorzal criollo para congraciarme con ella. Y se lo tomaba en serio. Sabedora de mi gusto por el baile y amante del tango, no me perdonaba uno solo de la colección de sus discos de pasta, 75 revoluciones por minuto, ordenada prolijamente en un cajón de manzanas.
Por el bagaje de tantos años de maestría la bailarina sorda no se perdía un solo compás. Me seguía sin pisarme ni dejar que yo lo hiciera. Las figuras, más que cortes y quebradas, eran gambetas.
Mas que bailarín me sentía un centro-football o un caminante porteño esquivando los excrementos de mascotas en las veredas rotas.
Su memoria auditiva era perfecta, llevaba el recuerdo de aquel ritmo canyengue grabado a fuego en cuerpo y alma.

El tango es una pasión bailada. Lo dijo alguien, aunque el bailarín no se dé por enterado.
La única danza introvertida. Todo arrebato y recogimiento. Tal abstracción a lo que está más allá de la piel, llegando al punto crítico donde la pareja se encuentra sola en el mundo compartiendo su soledad.

Pero Rosaura exageraba. Tal vez retornaban viejas memorias capaces de calentar su sangre arrabalera que los años no habían logrado enfriar; manteniendo su llama piloto que yo, sin querer, exacerbaba.
Además de sorda era “chicata”. Usaba gruesos anteojos con escasos resultados. Pero dejando de lado estos detalles, y con un poco de imaginación, bailando con ella me sentía Juan Muraña, (o “el cuchillero de Palermo” como lo llamaba Borges).
Una noche se cortó la luz; para el caso no importaba, la brillante luna superaba con creces su ausencia. La sorda ni se enteró, con sus ojos entornados en “Mi noche triste”. El chisporroteo de la parrilla hacía su psicodelia en la improvisada pista de baile. La ví tan concentrada que no la interrumpí, para no cortar su inspiración.
En el 2 x 4 no hay luz entre cuerpo y cuerpo, sin espacio para un hoja de papel, porque así lo exige el tango. Rosaura me pegoteaba su reboque barato en el refregar de las caras, al cambiar la orientación siguiendo las exigencias del baile. Mirando juntos para abajo, fijos los ojos en el piso, como buscando el pudor perdido en las baldosas de patio. El contacto grasoso y el tufo dulzón, desalentaban mi fugaz vocación maleva. Percibía, más que veía, la sonrisa cómplice y comprensiva de mi mujer, con sus 23 años, sin atisbos de celos por lo simple y grotesco de la escena.
Pero todo tiene su límite. Para librarme de aquella Salomé extasiada, confesaba mi cansancio fingido valiéndome de señas y morisquetas en un improvisado lenguaje gestual. Entonces Rosaura me liberaba de un tirón, como quién se saca un delantal de cocina, y caminaba hacia la maceta del patio donde, en un vaso de vidrio grueso, guardaba el moscato. “Mi regalón” , como ella lo llamaba; una manera de justificar su perdonable vicio.
El vaso era imperdible en la reunión, sobre una esquina de la mesa, o en la maceta del patio. La marca de sus labios sellaban los bordes como una montura colgada en su caballete. A veces había marcas de labios superpuestos, rastros que Rosaura iba dejando antes de nuestro arribo.
Excitada hablaba y hablaba, sin tenernos en cuenta.
-“¿La señora no es celosa, no?”_ y continuaba con su victrola sin esperar contestación.
Samberro nos oteaba con su mirada anodina, mientras seguía con el asado.
_”Dejalo tranquilo,”_ le decía_” lo vas a cansar y no van a venir más.”
Recomendación inútil, porque ella ni se enteraba del comentario.
Y llegaba por fin el momento de la noche: _ ”Ya están los chorizos!”_ anunciaba el petiso, secándose la frente transpirada con el repasador engrasado, que no dejaba hasta servir al último comensal.
El anfitrión dedicaba el primer bocado a mi mujer, con esa galantería y finos modales del turfman, cualquiera sea su nivel social, antítesis del agresivo y guarango hincha de fútbol.
El vino llamaba al sueño y las voces languidecían. Los Samberro no tenían la necesidad del “mañana”, nosotros sí.
Él se adelantaba llevando por el pasillo nuestra Siambretta hasta la calle, gesto habitual de galantería mientras nos despedíamos de Rosaura que se quedaba sin enterarse del libreto. Seguro lo suponía, viendo nuestros rostros con muestras claras de gestos cariñosos y promesas de retorno.

Angel Oscar Cutro (2005)