Ana Brian

Ana Brian

Ana me miraba con expresión tierna y plena de gratitud.
Ya no confiaba en su curación ni esperaba que la salvara de la muerte . Conocía con certeza su final. Tenía fresca en su memoria el recuerdo de su madre , hacía pocos años, y en las mismas circunstancias ; la historia se repetía calcando impiadosamente lo pasado . Había sido testigo activo acompañándola , cuidándola hasta su muerte , y con Ana compartimos su agonía . Siempre me expresó con ternura su gratitud por mi amor y cercanía.
Pretendía repetir con ella lo hecho con su madre , ayudándola a bien morir ya que no podía curarla . Me sonreía con la melancólica tristeza que su carita pálida y redonda con sus rasgos teutónicos podía expresar , apretando mi mano a su alcance al sentirse explorada en su vientre , en esa intención médica, simulando hacer algo aún sabiendo lo inútil de sus actos.
No se preocupe doctor , yo sé que usted hace todo lo que puede .-
No se rebeló ni negó su fin , con enorme tristeza de no haber tenido tiempo de darle un hijo a su esposo.-No me deje sola – nunca lo dijo, con su mirada me bastaba . Es el anhelo de todo moribundo : no morir en soledad que es la peor de las muertes.
Habían pasado tres años luchando con un cáncer de colon con múltiples metástasis . Ella aceptaba todo como un designio divino. Sufría dolores físicos y el dolor del nuncmas . Plena conciencia de su próximo fín. El Lacoonte no grita – dice Lessing – por que una boca demasiado abierta afea una estatua . La belleza del dolor ; sufría sin llorar . No gritaba y como el Lacoonte , su gesto lo decía todo y con sus palabras me consolaba de mi supuesto fracaso como médico .

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Tambien en el dolor hay belleza . La veo en la herida que cicatriza , en el semblante del enfermo que mejora . Veía la belleza de Ana Brian en su rostro extático como a la Santa Teresa de Bernini , como al San Sebastian de Mantegna , atravesado por flechas romanas .
Había surgido un enamoramiento entre Ana y yo . Cada vez nos entendíamos mas con menos palabras . Cuando palpaba su abdómen me sorprendía apoyando su mano fría y sudorosa sobre el dorso de la mía , deteniéndola en el lugar donde mas le dolía ; yo seguía explorando simulando querer descubrir lo que ya sabía . Una mañana , me dijo-“Mándeme a casa , doctor , no dormí por los vómitos , ya no tengo remedio”.- Murió esa misma noche , repitiendo los mismos pasos de su madre , la misma tierna tristeza , la misma dolorosa repetición de algo que había vivido y que ahora reencarnaba en su propio final.
Ana pasó a formar parte de mi triste e imborrable galería de personajes conjugados con el dolor: “ la máxima emoción de que el hombre es capaz .”

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