Desde mi terraza

El deseo de trascender es innato en el hombre. Por eso escribo,-¿y trascender para quién?-. Para mis hijos, amigos y para todos los que quiero. Mi inmortalidad termina, con el último que me recuerde.
Quiero dejar un mensaje esperanzado para aquellos que en algún momento deban transitar por las mismas experiencias mías. Tengan la certeza de que aún así , por teñidos de adversidad que estén los acontecimientos que se impongan, la vida vale la pena.

Vivir es alternar entre lo bueno y lo malo, con sus matices. Conmigo la vida fue generosa y me dio más de lo que yo esperaba. Siento el peso de mi larga historia y su añoranza me duele, pero la ventaja de ser viejo es no tener que preocuparse por el futuro, ya estoy en él.
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El lunes 7 de octubre del 2002, mis amigos los doctores Federico Scharn, y Horacio Bonafine, cirujanos, y Edelmiro Cafaratti, cardiólogo, con Pepo Trota como anestesiólogo, casi cuarenta años operando juntos, esta vez estoy yo en la camilla del quirófano.Fue una enfermedad de Hodgkin. Completé mi tratamiento en “mi Sanatorio Garat”, donde pasé toda mi vida médica.

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Y la vida sigue. Desde hoy comienzo, si logro lo que deseo ,una actuación para la posteridad, y en esa posteridad la imagen que deje a mis hijos, imponiendo mis pautas y tratando de ser coherente. Viví en función de saber que estoy bajo la mirada y censura de los míos. Años de felicidad compartida . Evitaré sentimentalismos que nunca fueron el estilo familiar. Vivir con dignidad fue nuestra consigna. Enfrentar la realidad, esa fiera de la cual no podemos escapar. Siempre tuve conciencia de finitud. Lo que empieza termina. Con Susana nos venimos preparando y en tantos años de convivencia logré contagiarle, en parte, sin proponérmelo, el “sentimiento trágico de la vida”, en el que siempre transité.
Pero ahora hay algo que escapa a mis planes. Siempre quise sobrevivirla.

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La comedia recién empieza, y los tiempos serán inciertos, quiero que nuestro núcleo familiar sepa bien en lo que estamos. Ni mentiras , ni eufemismos, y de mi boca, escuchar serenamente mi diagnóstico y deseos de ahora en adelante.

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Y habrá gente que se irá muriendo. Conocidos, amigos y parientes que ni siquiera piensan ni saben que están enfermos.

Mis amigos se irán enterando de mi mal. Seguramente medirán sus palabras y lo que digan estará llena de buenas intenciones y bondadoso disimulo.
Mi mujer, ahora más que nunca, pone a prueba la fortaleza que siempre tuvo, que sustentó toda su vida, y que ahora reforzará con creces

Sabe lo que siento y como me siento desde que tuvimos la certeza diagnóstica, y se puso a la altura de las circunstancias, sin permitirse “el lujo” de conductas angustiosas que delaten el tamaño de su dolor.

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Uno no quiere morir, pero sabe que ha de morir.
Se aferra a los buenos recuerdos que la vida deja aunque esté plagada de sufrimientos en mayor o menor medida.
No todo tiempo pasado fue mejor, pero el recuerdo de aquel tiempo pasado, lo hace mejor.Aún así, contando sólo los buenos momentos, la vida tiene sentido y podré decir como lo hizo Nietzsche:”¿era esta la vida?”-¡”Bueno, venga otra vez”!

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Estoy solo en el departamento del noveno piso de “Las Azaleas”, contemplando el cauce amarronado del río Uruguay, recordando con nostalgia aquel azul verdoso de sesenta años atrás, arrastrando camalotes y jangadas.

Mis amigas y colegas hematólogas, Mónica Murtagh y Alejandra Saucedo me sugieren un viaje a Buenos Aires, para ratificar o rectificar diagnóstico y tratamiento. No es fácil ser el médico de otro colega.

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Sigo pensando y viviendo acorde a mis principios pregonados desde siempre.El que escribe se compromete.Lo dije hace tiempo en la presentación de un libro.
La vida tuvo y seguirá teniendo un sentido para mí.
Siempre viví por algo y por alguien . Mis sentidos funcionan bien, olfato, oído, vista, tacto y gusto. No quiero perder el sentido común, sin embargo hay quienes envejecen sin haberlo tenido nunca.

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Llevo quince días de operado, mi estado físico es bueno y el anímico aceptable, pero mañana, no lo se.
Cuando escribí “Una vida de médico”, narré que doña Aneida paciente operada de un cáncer de colon, fue un ejemplo de final de existencia plácida y serena.
Se había salteado algunos tramos del ciclo de Kobler-Ross, quién asegura que “el enfermo condenado a morir atraviesa en el curso de su enfermedad diversa fases”:choque-negación, rebelión-regateos-depresión y aceptación. Quisiera imitarla en su valentía hasta el fin, animando a sus seres queridos.
Todos los pacientes que pasaron por mi consultorio me enseñaron algo y Doña Aneida me enseñó mucho.
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Y complaciendo a mis colegas hematólogas, viajo al Hospital Italiano de Buenos Aires. Consulto con la Dra. Fantl.-“Hay remisión casi completa, apenas una mayor captación de galio en íleos pulmonares”.- Dudas y algunos estudios mas.
Toda la mañana en el Italiano, punción biopsia medular en el hueso coxal derecho. Excelente anestesia local .

Susana siempre conmigo y siempre cronometreando, me dice:-“ 55 minutos”. El tiempo pasó para nada. El médico efector de la punción era un tanto más viejo que yo.Sabía que bajo su aguja había un colega, lo que hace la situación más comprometida. En tono amable, menciona los pasos de sus maniobras, especificándome los planos que va atravesando con la aguja, discreto dolor, pero no digo nada. Evoqué los sótanos de la ESMA, la CIA, la K.G.B. y hasta el sillón de mi dentista. Pienso en el dolor de Giordano Bruno ….y aguanto.
La quimioterapia me demolió, pero nunca padecí dolores, perdí peso, y mi estado anímico dejaba mucho que desear.

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Vuelta a Concordia. Todos los fines de semana un hijo viaja. El mensaje es claro, todos viven en Buenos Aires. Decidimos ir a vivir cerca de ellos. Y con mucho dolor dejar de “SER MEDICO”.

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Y siguieron los controles periódicos con la Dra Fantl.

Un viernes ,después de un control y conforme con “mi buen estado”, me dice-déjeme todos los estudios, los veré con mis colegas y véame dentro de una semana”-
No pudo ser.
A la medianoche del domingo , un 13 de abril”hago un infarto”.
Me doy cuenta desde el principio, aún así me resisto a creerlo. Ironías del destino.
Recordé aquello tan trillado de mi época de estudiante:”precordialgia, opresión al pecho y sensación de muerte inminente”-Disimulo ante mi mujer, tomo un Alprazolan, 0,25, retardando la visión de realidad. El dolor aumenta con desasosiego angustiante y me hice cargo de la situación.-“Estoy con un infarto”, “llamá a los chicos”-
Pero mi inteligente mujer , primero llamó a la guardia médica. Después del Hodgkin, con sus consecuencias , su temple se había fortalecido, sabedora que tenía que estar mas serena que nunca.
Maletín en mano entró una doctora joven y un enfermero que intentó con premura colocarme el tensiómetro.-“No, Doctora, lléveme al Hospital, es un infarto”.- Ella sabía que el paciente era colega.El dolor y la angustia aumentaban, perdí noción de tiempo, me vi en una silla de ruedas en el ascensor. Veía rostros desencajados, mi mujer y mis hijos todos.-“No les pido que cuiden a mamá” y traté de esbozar una sonrisa.
Me sentía morir. No veía luces al final de un túnel, me veía al borde de un disco blanco de unos 10 mtrs de diámetro, tenía que atravesarlo y llegar al otro extremo, allí estaba “el final”. Después negrura total.
El vacío. La nada.
A ratos vislumbraba los rostros fuera de ese disco. Me sentía tranquilo.Sabía lo inevitable.



Epicuro pensaba que el alma es por semejanza una burbuja material que se diluye en la nada al morir.

La misma muerte no debe temerse porque mientras vivimos, no está ella presente, y, cuando llega no estamos nosotros.
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Y un lunes 13 de abril,( los lunes no son mis días buenos), a 10 horas de haberme internado con un infarto,me despierto en UTI.,(Terapia cardiológica). Me sentía bien y lúcido.No tenía dolores y estaba de buen humor. Estaba vivo y con Susana a mi lado.
Lo que me perdí mientras recorrí el Nirvana, me fue contado; como Orfeo, puedo haber descendido al Ades. Había regresado, pero distinto.-“¿Más sabio?”-no, diferente.
Nadie vuelve inmune del Averno.
Desde mis sesenta años, me indigna la idea de morir, perder todo lo que la vida aún me ofrece. Pero con el tiempo también me fui adaptando o conformando , o aceptando mi destino, ante la falta de otras opciones.
Ahora a los 75, me satisface no tener que lamentar postergaciones importantes, pero siempre quedan cuentas pendientes.
Pensé que con el Hodgkin era suficiente, pero sumado el infarto me pareció un exceso de protagonismo.
Los años ,los sufrimientos, las situaciones límites nos ilusionan haciéndonos creer que nos volvemos mas sabios.Ilusión que de poco sirve.
Para morir no es preciso ser sabio.

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Las experiencias y visiones” vividas” al llegar a la “delgada línea roja”, pienso que están acorde a nuestros antecedentes culturales, religiosos, a nuestra historia personal y creencias. No ví el túnel con la luz al final, ni la música celestial, ni contemplé mi velatorio desde arriba mirando mi cadáver entre cuatro velones.
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Me siento otro.
Miro al mundo “desde mi terraza”. Desde otra perspectiva.
Soy parecido al que fui, pero no el mismo.
Ni mejor ni peor. Sólo distinto.
Me inclino bastante al escepticismo.Sin ser pesimista,-“¿y para que me sirve el escepticismo?-
Rara vez sufrí desilusiones, porque no tuve ilusiones desmedidas, ni esperanzas extravagantes reñidas con la lógica.
Nunca espero más de lo razonable.
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Extraño los amaneceres con aquel sol uruguayo, con sabor a hermano y añoranzas maternales, porque mi madre era uruguaya, nació en Salto.
Añoro el olor a lluvia en la tierra mojada y en la vista del río, como a través de un vidrio esmerilado en mañanas de niebla.



Tomo de la biblioteca “Cartas del vivir·” de Rainer Maria Rilke,regalo de Susana; relecturas, según mi costumbre, acorde al estado de ánimo y predisposición del momento:-“No te agobies…da a la vida una nueva medida en el esfuerzo y en la capacidad de aguante. Solo quiero estar cerca de vos, nadie consigue ayudar a asistir sino es por gracia”…(Rilke) y mi mujer agrega:-“que esa gracia te sea cerca, muy cerca, y siempre juntos”-mamá Susana.

Llevo 75 años que no es poco , alardeando que viví “a mi manera”, pero es mas una ilusión y un deseo, porque no siempre me fue posible.

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Traté de hacer una narración fiel a la experiencia vivida y sobrevivida.

Amigos queridos y familiares que me animaron, verán que sus palabras y gestos no quedaron en el olvido.
Si otro viejo como yo lo lee, lo tranquilizo:-Nada es tan terrible.

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Y mi vida sigue teniendo sentido. Me sigo asombrando , seguiré haciendo preguntas penúltimas porque las respuestas sean penúltimas.
Sigo lleno de contradicciones porque uso la razón y el corazón y no siempre hay coincidencias.
“La vida es una operación que se hace para adelante”-escribió Ortega y Gasset.
Mi ánimo es cambiante, y muchas veces me invade la ira, y en buena hora porque me salva de caer y me da fuerzas para seguir luchando.

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Mis mejores libros de autoayuda se escribieron hace siglos:Confucio, Marco Aurelio, Epicteto, Sócrates, Balmes, Lubbock, y hasta el Código de Manú. Sin olvidarme de Jose Ingenieros y Emerson que me acompañaron desde mi adolescencia y juventud.
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Se vive filosofando porque pensar es filosofar. La filosofía me salva de la desesperación. Me justifica, me saca del pesimismo en que a veces, me encuentro sumergido. Pero siempre encuentro algo o alguien que da razón a mi vida.
Y miro con feliz nostalgia, mi viejo sillón “Morris” que desde mis 9 años soportó el peso de mi cuerpo en mis largas horas de lectura.

No conozco el aburrimiento, porque vivo en la incertidumbre , esa necesidad inquietante de estimular el pensamiento y la búsqueda de ideas que me liberen de la modorra de la rutina.
Vivir es estar al acecho.
Todo puede ocurrir.
También es acumular experiencias. La vida tiene límites antropológicos.
Evito libros extensos, conversaciones y compañías tediosas, convivir con “cronófagos”, los que nos comen el tiempo, al decir de Martí Ibáñez.




Pascal atribuía la infelicidad del hombre a una sola cosa :no saber estar inactivo dentro de una habitación.
Acorde a mi modalidad y temperamento se trata de un juicio exagerado.

Pero reconozco que con el paso de los años me volví más”“quieto·”.
Por aquello de “que nosotros los de entonces ya no somos los mismos”,de Pablo Neruda.


Angel Oscar Cutro (2004)

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