Encuentro con Baco o mi primer borrachera

Fue en el año 1947.Cursaba mi tercer año de Bachillerato en el Colegio Nacional “Alejandro Carbó”.Y fue en un picnic del “Día del Estudiante”, a orillas del Yuquerí.
Tibio y soleado, feliz gesto de la naturaleza para iniciar la primavera. “Un día peronista”, antipática expresión habitual de la época ,que mis oídos de “contrera” y “vendepatria”, escuchaban con gesto risueño y despectivo.
Día especial para repetir la sempiterna ceremonia iniciática de tirar al agua con ropa y todo al al compañero que se tuviera mas cerca. Juntarse espontáneamente entre cuatro o cinco alrededor del elegido, tomándolo de los pies y de los hombros y “al agua pato”.
Ëpoca machista , con rasgos de tradicional y arraigada cortesía. A nadie se le hubiera ocurrido someter a semejante violencia aunque fueran simpáticas bromas, a nuestras compañeras. En los pícnics no eran muchas. El celo familiar consideraba riesgoso exponerlas a desbordes emocionales.
-¡Juventud, divino tesoro!- , tan vulnerable a tentaciones violatorias a normas morales y sociales de ese tiempo.
La alegría era general, con canciones y gritos, todo era una fiesta. Tan esperada durante todo el año. Los que iban a misa cada domingo, rogaban por el buen tiempo, y las chicas, de paso, por un ansiado permiso para ser de la partida. La euforia puberal salía a borbotones por los poros.
No eran muchos los profesores que nos acompañaban. Siempre los mismos, apoyados por algún celador como Caprio, Simonetti, Cortecia. La Profesora de castellano Blanca Zulema Margarita Folla nunca faltaba, gesto que las chicas agradecían por ser factor determinante e imprescindible para obtener un permiso. No obstante esto, muchas terminaron su Bachillerato sin un picnic en su haber, resignadas a escuchar los relatos al día siguiente, o en recreos, en horas libres. La Srta Folla, mujer delicada, “seria”, confiable para las madres , la mas joven de las Profes en su momento, de rostro dulce, aunque no hermoso, de escultural silueta, típica, a pesar suyo de las “Divito”, tiempos en que todos leíamos “Rico Tipo”. Se ponía colorada, si alguien le sostenía mas de un minuto una mirada masculina, como excusándose de sus atributos.

El “Wincofón” sonaba a todo trapo desde el principio al fin . Tangos, pasodobles , foxtrox y algún chamamé con sapucay incluído,donde algún “mamau”, que nunca falta, da rienda suelta a su ancestral instinto telúrico. Periódicas pausas para volver a escuchar y desgañitarse “La marcha del estudiante”.
Nunca dejaba de acompañarnos el Dr. “Buho” Garasino; Profesor de Lógica, solterón, galante, enamoradizo; tendencia captada por la suspicacia de los estudiantes, que lo respetábamos y queríamos, sin desperdiciar oportunidades para gastarle bromas, como cambiar de su lugar de estacionamiento a su Ford A. El nunca se tomó revanchas, y seguía con sus silogismos e historia argentina, que nada tenía que ver con su materia. Hábil y sabiamente nos hacía meter en tema, en grupos de discusión entre “rosistas”, “urquicistas”, “jacobinos “ y “carbonarios”, que se continuaban en su casa, donde nos invitaba a incursionar en su rica biblioteca.
Su ligera tartamudez se hacía mas notoria en algunos estados emocionales, como aquel día en el picnic, que a los empujones lo obligamos a sacar a bailar a la Folla, que roja como un tomate se resistía. El “Buho” se descontrolaba, parecía olvidar los principios de la Lógica, por él enseñados, aún sabiendo que tendría que ceder. Hablaba atropelladamente , abriendo mucho la boca, parecía dar tarascones a las palabras. Sus labios brillaban porque en el apuro dejaba escapar saliva por las comisuras y gesticulaba apoyando su discurso.La Folla y el Buho, apodos, llenos de ternura, que el tiempo agranda, más allá de su aparente falta de respeto que nunca iban más allá de la “delgada línea roja”

*
Improvisados partidos de fútbol y truco, y a pesar de que el Flaco Rebot estaba entre nosotros nunca se le ocurrió llevar su juego de ajedrez, por miedo a que le patearan el tablero.
-Excursiones por el monte, por supuesto amor a la naturaleza. Juntar hojas para el herbario, los de 1er. Año, pensando en nervaduras , peristilos y corolas;juntar bichos, en la jerga estudiantil, los de cuarto, o insectos como corregía e insistía el Dr Scharn, al mencionar dichos especimenes. A fin de año entregar el insectario como prueba final en su materia.
Y en la espesura del Yuquerí se perdían en pequeños grupos o en parejas, con caras de “Yo no fui”, ocultando aviesas intenciones. Al evocar esos tiempos, coincidentes con mis lecturas juveniles, surge a mi memoria Jack London, con “Los tramperos de Alaska”, pero en estos casos el cazador se internaba en el bosque, con la presa en la mano.Dura lucha con la competencia, los varones éramos muchos mas que la chicas. Sabedor de mis limitaciones, nunca competí en esas incursiones más allá de “los lindes del bosque”, ante compañeros muy pintones, con antecedentes amatorios reconocidos. No era tan tupido el monte, pero nunca faltaba una pareja que se perdía y le costaba retornar por la buena senda, tal vez como en el cuento de Perrault tiraban semillitas a su paso para garantizar su regreso y perversos pajaritos se las comían.

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No se como ni en que forma me encontré con una botella de Oporto en la mano, y con la irresponsabilidad y afán protagónico adolescente, empecé a empinarle el pico en forma descontrolada y cuando desde el asador llegó el grito de- ¡ acomodarse que están los chorizos!-el grito me llegó confuso porque ya estaba borracho.Miraba a mi alrededor, y lo veía a todos, repetidos, y en aquel tiempo ni se hablaba de clonación.No podia tenerme en pie, gente, monte y arroyo, giraban a mi alrededor, y los vómitos no se hicieron esperar. Le arruiné la fiesta a mi primo Jorge que pasó el día entero velando por mi seguridad. Como todo borracho, digno de su condición, sin maldad, hace todo lo posible para joder a los demás. Gritos y llantos alternados, verborragia pertinaz, con frases sin sentido y a sesenta años de aquel día, sigo sin perdonarme el haberle arruinado la jornada a mi samaritano primo,; y era su último picnic del Estudiante, terminaba su Bachillerato.Me salvó sosteniéndome de la cintura, en mis espasmódicas y casi continuas vomitadas y poniendo fuera de mi alcance vasos y botellas.
La resaca me duró dos o tres días. Si buscaba protagonismo, lo logré. La” hazaña” fue comentada con lujo de detalles en los recreos y en horas libres del resto del año.
Como no fui el único la responsabilidad del papelón fue compartida. A esa edad y circunstancias, deja de ser papelón para ser una epopeya.

Tuve otras borracheras en mi vida, pero por lo iniciática de aquella, nunca la olvido.

Angel Oscar Cutro (2008)

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