Don Galarraga.

La sala de espera de la guardia del Hospital Felipe Heras fue mi paso obligado para llegar diariamente al servicio de Cirugía
-“Qué tal , Don Galarraga”.- era mi saludo habitual . Hacía un año que lo había operado un sábado a la noche en una de mis guardias . Jugando al truco y por diferencias en la cuenta de los porotos que marcaban los tantos , su ocasional competidor , sin decir “agua va “ , le abrió la panza con un marca “Arbolito”de 25 centímetros de largo , y para llegar completo al hospital un comedido le metió las tripas por el mismo lugar de salida , subió con él a la ambulancia y se las llevó sosteniendo, hasta que lo bajaron para meterlo en el quirófano ; hazaña que al hombre lo hizo famoso en el barrio del Paredón , donde había ocurrido el hecho . Era un puestero que tenía su rancho en la Pampa Soler , nacido y criado en esos montes , como solía decir ; lo primero podía ser cierto , lo de haber nacido ,-digo-,por que en cuanto a lo de criado dejaba dudas ; el hombre era mas bien petiso.
Esta gresca son parte de las historias de aquellos viejos boliches . Nadie se acordaba como iba la partida hasta ese momento en que acabó violentamente y aunque por largo tiempo siguieron los comentarios sobre las causas desencadenantes del entrevero , no valía la pena seguir buscando , porque con vino y ginebra a mano los motivos no pesan mucho.
Al quirófano entró casi sin presión arterial , había perdido mucha sangre y hasta que el cardiólogo no dio vía libre la operación no empezó.-“Está pálido como chorizo e´puchero”- comentó alguien. La puñalada fue a la altura del ombligo , por lo que ampliando el tajo hacia arriba y hacía abajo me dio buen campo para explorar aquel pantano de tripas , caca , mugre del piso de ladrillos pegoteada en la caída y revolcón , microbios que no se ven , pero están , y sangre a borbotones que sigue saliendo por la brecha de su abdomen. Litros de suero vierte una enfermera en la cavidad mientras uno de los ayudantes aspira continuamente arrastrando por el tubo el líquido que entró , restos de comida y la sangre acumulada que seguirá saliendo hasta localizar el lugar de la hemorragia . A dos manos me abro paso entre asas intestinales que viborean escurridizas , localizando y ligando los vasos sangrantes cortados al paso del cuchillo.

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El gran cirujano Leriche decía , que en el espíritu quirúrgico , se equilibran la intrepidez, la confianza en sí mismo y la seguridad en tomar decisiones , lo cual implica que debe ser prudente por temperamento y temerario por experiencia . Suturo cuatro heridas en el intestino delgado , por donde salía contenido fecaloide y lechoso , porque el trágico partido de truco era el corolario de un asado en los fondos del boliche , festejando no sé qué evento y rociado con bastante vino.
-Las cosas no vienen solas .- comentó don Ayala, el bolichero , moviendo la cabeza a izquierda y derecha mientras subían el herido a la ambulancia.
Continuamos el exámen minucioso hasta que todo me parece que está en orden , ningún vaso sangrante ni tripa abierta .
El silencio en la sala habla de la tensión y gravedad del caso . Pero el paciente ya no sangra y la presión arterial se va normalizando , me comunica el anestesista en tono tranquilizador .Se hizo todo lo que se podía hacer .
Por primera vez desde el comienzo ,desvío mis ojos del campo operatorio mirando de reojo la cara del paciente. Le han vuelto los colores porque le ha vuelto la vida . Como la muerte tiene su máscara , la vida muestra la suya . Y siento regocijo interior , un mudo grito triunfal , el orgullo acallado por imperio ético y mesura que me recuerda que sólo estoy cumpliendo con mi deber. En el quehacer médico los triunfos y derrotas marcan el ritmo de nuestras batallas ; lo efímero de las cosas ante los avatares de la vida.
Lo álgido de la operación termina .Miramos hasta el último rincón de aquella cavidad que ahora está limpia, que ningún vaso sangra, ni sale caca de ninguna tripa.

Bueno-vamos-digo a mis ayudantes .Frase tantas veces repetida en la jerga del quirófano, que significa, la operación terminó, ahora sólo hay que cerrar-. Y todo el mundo se relaja y empiezan los comentarios.
El policía de guardia que registra las entradas por hechos violentos, recoge chismes entre los que acompañaron al herido, y entre los que vinieron a interesarse por su estado.

El personal circulante de cirugía ya tiene datosy pormenores, aumentan los comentarios y pareceres, nos ponemos locuaces, dicharacheros, eufóricos, después de tanta tensión.Todo termina bien, el paciente a Unidad de Cuidados Intensivos y nosotros a lo nuestro.

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Con dos meses de internación pueden pasar dos cosas: que ya no vea la hora en que el paciente se vaya ,o que el cariño que se ganó, no termine con el alta, extrañándose su ausencia. Don Galarraga pertenecía a esta segunda categoría. Durante su permanencia en la sala 5, era amable, respetuoso, agradecido con todos. La palabra gracias¡no le faltaba después de cada acto médico o enfermeril, a una revista alcanzada, o al recibir la bandeja con comida.
Observador nato, semblanteaba a todos y entrado en confianza, mas de una vez me dijo-“hoy no anda bien doctorcito”-, nunca erraba.

Restablecido completamente, llegó su día de alta y no hubo disimulo. Con abrazos y lágrimas ,daba rienda suelta a sus emociones, sin que faltara algún comentario de gratitud, porque era extrovertido y en el apretar de cuerpos, trasmitía la sinceridad de sus palabras.

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Pero todos los viernes, mi día de consultorio externo, en la sala de espera, lo seguía viendo sentadito y bien vestido como en domingo.
Al salir, después de atender a todos los que tenía en lista, Don Galarraga ya no estaba. Llegué a pensar que otro médico lo asistía, por algo ajeno a la cirugía. Y asi pasaron los meses con sus viernes incluídos y él siempre firme en su puesto.Ya se había convertido, para mí, en esa clase de pacientes, que por lo antes narrado, ningún médico los olvida..
El hombre es curioso por naturaleza, y el médico lo es un poco más.
-¿Qué pasa Don Galarraga, que todos los viernes lo veo esperando?-
-Nada, doctorcito-me contestó levantando los hombros.-De agradecido nomás-
-Ví tan cerca la muerte que nunca pensé que saldría de aquí-
-Como todo jubilado me sobra tiempo, y vengo al pedo nomás,- como diciendo a la muerte:”¡-tomá pa vos!”-
-Me quedo un rato y me voy.-

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