“Genio y figura hasta la sepultura”

“ Genio y figura hasta la sepultura”.

Moría la tarde y la regadora municipal pasaba por Pellegrini bañando el ripio recalentado por el sol de aquella tarde de diciembre que anticipaba un verano infernal. El ruido de mezclar fichas de dominó salía por la puerta del hotel Buenos Aires y la estampa del abuelo Alejandro , con su cabeza blanca , erguida y hasta insolente, con su corte Humberto Primo, se destacaba entre sus compañeros de mesa, que parecían estar a nivel inferior , (inferior a que?-no se,pero así lo veía yo desde la calle por la que pasaba tantas veces.
Cuentan los testigos que antes de empezar el juego entró una chica “bien dotada”llevando en su mano un sifón vacío.La hora de la cena se venía y faltaba soda.Y el abuelo no aguantó, -“genio y figura hasta la sepultura”,-ahí nomás, lanzó un piropo de zarzuela que la chica agradeció con benevolente sonrisa; pero un “muchacho” que en el mostrador apuraba una cerveza, largó al aire un decir aludiendo al cacareo del gallo viejo que queriendo pelear, ya no le quedan espuelas.
El viejo tomó al vuelo lo que creyó una ofensa, y no se quedó callado, y haciendo gala de su vena poética contestó con una sutil pero procaz “ seguidilla”.Seguro que el otro no entendió su contenido, pero sí la intención y acierto de la respuesta a juzgar por la carcajada general y al quedar sin argumentos decidió terminar con aquella esgrima verbal, largándole al viejo una soberbia puteada y como era de esperar se levantó con rapidez inusitada para sus años, tomó el bastón colgado en el respaldo de su silla y le abrió la ceja de un bastonazo.
Entre los de la partida de dominó, había un oficial de policía, viejo parroquiano, habitué al bar,pero ni él ni Don Angel García que intervino presuroso, saliendo por detrás del mostrador, pudieron evitar que el herido con las cejas sangrantes, dejara de exigir al policía que detuviera al agresor, porque él se iba a la Jefatura a hacer la denuncia.Y en caravana: el policía, el abuelo y sus amigos de juego, hacían las cuatro cuadras hasta la Policía. Don Angel García telefoneba a mis tíos para contar lo ocurrido.
El abuelo dió el bastonazo lavando su honor, pero le costó una rodada por el piso de madera del bar y por un par de semanas mostró sus cascarones en la cara.
Entre cargos y otros trámites, lo tuvieron dos horas sentado a pocos metros del denunciante con el parche de la herida. El policía amigo, sujetaba al tío Alberto , tan “leche hervida” como el abuelo para que no concretara su intención de romper la cara del agresor de su padre.
Una hazaña más, en la gesta del abuelo que ya tenía setenta años.
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